TRABAJANDO EN FAMILIA 2/3 Padre, patrón, hermano y esposo en el trabajo

Los aprendices en los gremios aprendían los oficios compartiendo la vida de su propio maestro que le trataba como a un hijo.

La típica familia burguesa era similar a la que se daba en los gremios, que se hallaban en un escalón social inferior a las “casas” de los burgueses.

Los padres que no iban a dar estudios a sus hijos varones y que tampoco querían que fueran únicamente mano de obra sin cualificar, hacían que los muchachos, a partir de los diez o doce años, aunque las autoridades recomendaban los catorce, entrasen como aprendices de un maestro que se hallaba inscrito en un gremio.

La relación entre el aprendiz y el maestro se basaba en una prestación de servicios mutua; el maestro cuidaba del aprendiz y le enseñaba el oficio, y el aprendiz pagaba al maestro con el trabajo que realizaba mientras aprendía.

En la mayoría de las ocasiones, el aprendiz convivía con la familia del maestro y era compañero de sus hijos que también estaban aprendiendo el mismo oficio.

En este ambiente en que el trabajo y el trato familiar se hallaban muy mezclados era normal que los aprendices acabaran emparentando con la familia del maestro.

Para aquellos aprendices que se casaban con las hijas de los maestros, como se les presuponía un mayor interés y la aceptación de una forma de vida, las normas de los gremios contemplaban que la duración del aprendizaje de los que se habían convertido en yernos del maestro, se redujera considerablemente.

Entraran o no a formar parte de la familia de los maestros, de estos se esperaba que diesen a los aprendices una educación que iba más allá de la transmisión del oficio. Los maestros no se limitaban a adiestrar a los aprendices en un oficio, sino que ejercían una tutela legal respaldada por los padres y por las autoridades locales.

Como si fueran los verdaderos padres, los maestros eran responsables de que los aprendices no frecuentaran las tabernas, cumplieran con los preceptos religiosos, fueran aseados y vestidos correctamente por la calle o, incluso, de que no se acostumbraran a decir palabras mal sonantes.

Por medio del trato y del trabajo compartido entre el aprendiz y el maestro se intentaba que el aprendiz acabara por asimilar el estilo de vida del gremio y que fuera un buen ciudadano.

El periodo de aprendizaje generalmente se prolongaba a lo largo de dos o tres años como mínimo, ya que para pasar al siguiente grado, el de oficial, la edad fijada como conveniente estaba entre dieciocho y veinte años. Los oficiales que quisieran ser maestros tenían que esperar a que el gremio autorizase la entrada de uno nuevo, y debían realizar como prueba lo que se llamaba una “obra maestra”. Los “veedores” de cada gremio supervisaban esta prueba y también eran los encargados de vigilar a los maestros para que respetaran el pacto que habían establecido con los padres en el momento de encomendarles a sus hijos.

Se sustituyeron los gremios por las escuelas especializadas

Las organizaciones gremiales, por otro lado, se caracterizaban por prestar una gran atención a sus miembros a través de algunos servicios asistenciales. También colaboraban estrechamente con las autoridades en la recaudación de impuestos y en el mantenimiento del orden público.

Sin embargo, a pesar de sus ventajas, los gremios, que hundían sus raíces en la Edad Media, en el siglo XVIII estaban en crisis.

El modo de elaborar los productos de los gremios aseguraba su calidad, pero no servía para competir con los modos de producir de algunos países en los que se estaban dando los primeros pasos de la revolución industrial.

Los gremios, muy sujetos a la tradición, eran incapaces, a su vez, de adaptarse a la velocidad que imprimían las sucesivas modas, de ahí que los mercados españoles estaban siendo invadidos por productos extranjeros.

Texto relacionado con el libro El viejo truco del amor