— Me cuentan que, en realidad, tú te has tropezado con el tema de este libro por casualidad.

Es verdad. Todo empezó cuando leí una carta de José Cadalso a Iriarte, el fabulista, cuando éste estaba enfermo. Cadalso le decía que le envidiaba por estar enfermo, porque así vivía como un viejo y no sentía las pasiones de la juventud. En su libro las Cartas Marruecas, que Cadalso escribió cuando tenía 27 años, insistía en que quería ser mucho mayor. Me pareció rarísimo. Siempre había dado por supuesto que, como en nuestra época, todo el mundo siempre había querido aparentar ser joven.

— Ahora hasta los jóvenes quieren aparentar ser más jóvenes, diría yo.

Ja ja ja! Es verdad, ahora está la moda en las redes sociales que hasta los niños se echen cremas antiedad.

— No he podido evitar el comentario. Comentabas que la gente en el siglo XVIII quería aparentar más edad.

Sí, sí. Cadalso no llegaba a los 30 y quería aparentar 50 años o más. Date cuenta que la media de edad media actual de los políticos en el Congreso de los diputados español es de 50 años. Simplificando mucho, se puede decir que 50 años es ahora la edad del poder. Era también la edad del poder en el siglo XVIII. La diferencia es que en el siglo XXI la mayoría quiere aparentar menos edad y en el siglo XVIII era todo lo contrario.

— Ahora caigo. ¿Es esa la razón por la que en el siglo XVIII los hombres y las mujeres se ponían pelucas blancas y se echaban en la cara polvos de arroz?

Ahí lo has “pillao”. Lo hacían para que no se viera la lozanía de la juventud. La verdad es que la figura de los hombres del siglo XVIII es de lo más curiosa. Fíjate en los cuadros que Goya hizo de Jovellanos y Floridablanca. Eran dos ministros conservadores en cuanto a las costumbres de la época. El que va de verde es Floridablanca, primer ministro de Carlos III. ¿A qué primer ministro de ahora se le ocurriría posar con un traje verde claro? Incluso parece que, más que andar, va a dar un paso de baile. En cuanto a Jovellanos se diría que quiere trasmitir gracia y coquetería. Esta forma de vestirse y de presentarse se debía a que, como se reconocía en el mismo siglo XVIII, se vivían en una época afeminada. Lo curioso es que tanto Floridablanca como Jovellanos se quejaban de lo afeminado que era el siglo, es decir, de la importancia de las mujeres en la sociedad.

Conde de Floridablanca y Jovellanos. Francisco de Goya

— En definitiva, el sexo de referencia del siglo XVIIII era el femenino y la edad, entre 50 y 60. Entonces, ¿cuál sería la edad y el sexo de la época actual?

Desde el principio del siglo XX la edad de referencia es la juventud. En cuanto al sexo de la época actual te propongo que salgas a la calle y mires cómo van vestidos los hombres y las mujeres y después hablamos.

— No te escapes. Dime cuál es, según tú, el sexo de esta época.

Masculino, sin duda. O, mejor dicho, unisex masculino con un montón de matices. Como te puedes imaginar, hay muchas realidades a tener en cuenta.

— Entonces, tú te tropezaste con que las mujeres tenían una gran relevancia en el siglo XVIII.

Efectivamente, las mujeres tenían una gran libertad y una gran importancia en uno de los tiempos más divertidos de la historia. Talleyrand, un diplomático superinteresante, decía que quien no hubiera vivido antes de la Revolución francesa, no sabría lo que era gozar de la vida.

— ¿Un siglo divertido y femenino en el que la gente quiere aparentar ser mayor? Me parece contradictorio.

Ahí está la cosa. Todo era diferente, pero, en el fondo la mentalidad seguía siendo la misma que la de siglos anteriores. Una de las razones por las que Cadalso quería aparentar que no era joven era que los hombres jóvenes tenían un gran defecto, visto con la perspectiva de la época, a saber, que se enamoraban de las mujeres. Eso era malísimo porque las mujeres eran vistas como seres tontos e infantiles de por vida. La deducción era sencilla, si te enamoras y haces caso a una mujer, es que eres un hombre tonto.

— Y con tanta libertad, surge la idea de que uno se puede casar libremente por amor.

Hasta entonces el amor era considerado un juego. Por ejemplo, en el siglo anterior, el XVII, estaban de moda los “pasmados”. Los hombres en la corte se quedaban paralizados en cualquier sitio (“embebecidos” se decía) cuando se cruzaban con la reina y su séquito de damas. Era tan frecuente esto, que la reina tuvo que permitir que los caballeros cometieran la descortesía de no quitarse el sombrero en su real presencia. Evidentemente se trataba solo de un juego. El amor era un juego cortesano y de la alta sociedad. Así que, cuando apareció la idea de que la gente se casara enamorada, a muchos les pareció una insensatez.

— Pero esa es la idea que ha triunfado. Ahora para mantener una relación el requisito es que estés enamorado.

Recuerda que en aquella época los matrimonios eran concertados, esto es, mayoritariamente los decidían los padres por motivos sociales o económicos. Lo interesante es que enseguida las cabezas pensantes de la época se dieron cuenta del gran potencial del amor. Los muy cucos se las ingeniaron para aprovechar el sentimiento natural del amor para dar un giro conservador a las costumbres. Manipularon el amor para que las mujeres del siglo XVIII, que no paraban de estar en las calles y divertirse, se quedaran en casa aceptando voluntariamente la sumisión de siempre. Ese es el viejo truco, utilizar el amor en contra de las mujeres para volverlas a encerrar.

— Oye, tú piensas entonces que el amor es un engaño.

¡Qué va! El amor es un sentimiento natural que forma parte de la naturaleza humana. Ha habido amor siempre y lo hay ahora en todo el mundo. Es más, cuando cualquiera tiene un poco de experiencia, sabe distinguir el amor de un calentón. El amor no es solo sexo. Eso lo sabe cualquiera. Simplemente, que no hay que utilizar el amor para, seas hombre o mujer, hacer tragar a tu pareja todo lo que se te ocurra.

— Por último, quería comentarte lo gustoso que es leer El viejo truco del amor.  Entretenido, interesante, grato de leer, son las primeras palabras que vienen a la mente para definir este libro.

Muchas gracias. A uno le gusta que le digan cosas bonitas.  El viejo truco del amor no es un estudio al uso, está pensado para agradar al lector. Los ingredientes son una mezcla de estilo periodístico con el literario, a lo que he añadido una buena porción de anécdotas y curiosidades. Mi objetivo era acercar al lector a un momento histórico tan diferente, tan apasionante y tan cercano a la vez.

El viejo truco del amor