Antes estaba claro que educar en casa e individualmente era lo mejor. Los oficios, incluso el de rey, se aprendían con la práctica observando a los mayores.
Pero, ¿qué era mejor? ¿estudiar en casa o en un colegio? En el siglo XVIII un padre rico y responsable tenía la opción de elegir para sus hijos entre que fueran educados en casa por preceptores particulares o enviarlos a un selecto internado. Ambas opciones contaban con partidarios.
Lo ideal, según decían Rousseau y Locke, los pensadores más influyentes de la época en temas de educación, era que los niños fueran educados individualmente en casa de sus padres, o a la sumo, en la casa de unos conocidos.
Las opiniones de estos dos filósofos venían respaldadas por una larga tradición. Desde antiguo se había implantado la costumbre de enviar a los hijos y las hijas de corta edad a ser educados en las casas de otras personas.
Educar en otra familia
En la Edad Media, lo más habitual era que los padres mandaran a los propios hijos a ser educados por otros nobles, mientras que, a su vez, educaban a los hijos de otros en la propia casa. Durante el siglo XVIII, esta costumbre se extendió también a las clases populares.
Se colocaba a los hijos en casa de otros parientes, o se les ponía a aprender un oficio como aprendices dependiendo de un maestro que les admitía en su entorno familiar.
Tanto en la casa propia como en la ajena, se aprendía de un modo muy diferente al de los colegios. Los jóvenes de todos los estamentos, desde el rey hasta los plebeyos aprendían por familiarización, esto es, como el aprendiz, trabajaban desde el principio en el que sería su oficio definitivo.
El aprendizaje por familiarización tenía dos características fundamentales:
La primera, que no hacía falta haber estudiado ni haber conseguido un título para ponerse a trabajar, puesto que se aprendía trabajando. La segunda, que los jóvenes estaban mezclados con los adultos ya que los aprendices y los maestros compartían el mismo trabajo.
Aprendiendo a ser rey
El oficio de rey, por citar el más prestigioso de los oficios, se aprendía también por familiarización. En un primer momento los príncipes, a modo de oyentes, asistían a los Consejos que presidían sus padres los reyes. Después, con la debida supervisión, los príncipes presidían solos los Consejos, de manera que, cuando llegaban al trono, tenían la experiencia de reinar.
En este tipo de enseñanza no había un corte generacional tan acusado como el que se daba en los colegios. En las aulas de los colegios los jóvenes y los profesores estaban separados. Los jóvenes se limitaban a recibir conocimientos de los profesores, unas personas mayores que detentaban la autoridad y la sabiduría.
Mezcla de generaciones
Los alumnos y los profesores tampoco se relacionaban fuera de las aulas. Los profesores vivían en un mundo de adultos, y los alumnos se relacionaban con otros alumnos en un mundo aparte con sus propias normas y expectativas.
En cambio, los jóvenes que se educaban a la antigua usanza, es decir, por familiarización y entre adultos, no sufrían el corte generacional de modo tan acusado, gracias a que convivían y compartían el mundo de los adultos.
En la enseñanza antigua tampoco había necesidad de obtener un título para entrar en el mundo laboral, sino que, conforme iban madurando, los jóvenes se convertían en compañeros de trabajo de sus propios maestros.
Otro factor que aminoraba el choque generacional antiguamente, era que los jóvenes no competían con los mayores por el mismo puesto de trabajo. En el Antiguo Régimen muchos puestos de trabajo se heredaban. El hijo del maestro, heredaba el taller, y los primogénitos heredaban los mayorazgos.
Trabajos heredados
Todo era muy previsible y ordenado gracias a que las normas de sucesión estaban prefijadas de antemano. Al heredero le sucedería, con el tiempo, otro heredero y su misión principal consistiría en mantener y transmitir el patrimonio recibido.
En el siglo XVIII este aprendizaje por familiarización entró en crisis. Los colegios brindaban ventajas que un padre, por muy rico que fuese, era difícil que ofreciera en su casa. Cada vez había que aprender más, y a un particular le resultaba muy caro y engorroso.
Texto relacionado con el libro El viejo truco del amor