LAS DISCUTIDAS VIRTUDES TORERAS

Los ilustrados estaban en contra de las corridas de toros porque en ellas se cometían salvajadas como destripar caballos o atacar a los toros con perros.

La idea de que el pueblo había heredado las antiguas virtudes viriles que habían llevado a España a ser un Imperio, subyacía en la polémica en torno a las corridas de toros. A diferencia de siglos anteriores en que sólo toreaba la nobleza, ahora los protagonistas de la fiesta nacional eran los plebeyos.

Sólo unos pocos ilustrados, como el noble y militar José Cadalso, se atrevían a decir que había algo de bueno en los toros. En boca de Nuño, personaje de las Cartas Marruecas, Cadalso afirmaba que la ferocidad de los toreros del siglo XVIII era la mima que había servido a los nobles de la Edad Media para realizar sus proezas:

Aprendiendo a ser feroces

«Nuño aumenta más mi confusión sobre este particular, asegurándome que no hay un autor extranjero, que hable de este espectáculo, que no llame bárbara a la nación que aún se complace en asistir a él. Cuando esté mi mente más en su equilibrio, sin la agitación que ahora experimento, te escribiré largamente sobre este asunto; sólo te diré que ya no me parecen extrañas las mortandades que sus historias dicen de abuelos nuestros en la batalla de Clavijo, Salado, Navas y otras, si las excitaron hombres ajenos de todo el lujo moderno, austeros en sus costumbres, y que pagan dinero por ver derramar sangre, teniendo esto por diversión dignísima de los primeros nobles. Esta especie de barbaridad los hacía sin duda feroces, pues desde niños se divertían con lo que suele causar desmayos a hombres de mucho valor la primera vez que asisten a este espectáculo.»

Los caballos no llevaban protección por lo que los toros los destripaban en las primeras embestidas. «La plaza partida» de Lucas Velázquez.

Las buenas virtudes del soldado

Jovellanos no estaba en absoluto de acuerdo con Cadalso. Antes de rebatirle, advertía primero que tal defensa de los toros venía a confirmar la Leyenda Negra que algunos escritores extranjeros habían vuelto a revitalizar por aquel entonces:

«Creer  que  el  arrojo  y  destreza  de  una  docena  de  hombres criados  desde  su  niñez  en  este  oficio,  familiarizados  con  sus riesgos y que al cabo perecen o salen estropeados de él, se puede presentar  a  Europa  como  un  argumento  de  valor  y  bizarría española, es un absurdo.»

Frente a la idea de la utilidad de los toros para conseguir un ejército aguerrido, Jovellanos sostenía:

«Desde que no todos los hombres son soldados, desde que la industria y el comercio han separado la profesión militar de las demás, ya la ferocidad no es un mérito en el hombre civil. ¿Y lo es acaso en el soldado? Tampoco. La pólvora, la táctica y la filosofía han disipado este funesto error y han reconciliado la Humanidad con el verdadero valor. Ya no se pide al soldado más que agilidad y obediencia, y estas dos cualidades no se aprenden en las plazas de toros.»

Cuanto más peligro, mejor

El siglo XVIII fue en periodo de grandes cambios en las corridas de toros. Las corridas dejaron d ser gratuitas y en consecuencia los espectadores comenzaron a exigir espectáculo a los toreros y los toreros a competir por ganarse al público. Otro cambio fundamental que las corridas dejaron de ser sobre todo a caballo cobrando preeminencia los toreros a pie.

Los caballeros antiguamente eran asistidos por unos matarifes que tenían como misión rematar a los astados. Precisamente, esos matarifes acabaron siendo los protagonistas de las corridas. El toreo a caballo fue sustituido por el toreo a pie en el que el hombre se enfrentaba sin intermediarios al animal salvaje.

Quien quería ver sangre y tripas en las plazas de toros, quedaba bien servido. Los caballos en los que iba el picador, iban sin protección alguna, por lo que la embestida del toro acaba necesariamente en una herida grave, sino mortal. La protección de los caballos con petos no se instauraría de forma definitiva hasta el siglo XX.

Los toreros del siglo XVIII competían en arrrojo temerariamente. «Muerte de Pepe Hillo». Francisco de Goya

Toros contra perros

Por otra parte, entre los espectáculos que se podían ver en una plaza de toros, estaba las lucha de perros contra toros. En estas luchas los toros sufrían incontables mordiscos  de varios perros a la vez mientras se defendían corneándolos como podían.

También para celebrar las fiestas de los pueblos y ciudades, se celebraban las actividades que se siguen realizando en la actualidad, capeas como capeas con novillos, ponerles bolas de fuego, etc.

Espectáculo salvaje

El padre Sarmiento, un gran defensor de los animales, nos cuenta como en algunas zonas se divertían quemando vivos a los toros:

“No es menor la inhumanidad de amantar a los toros con una manta de cohetes, para que la gente se divierta con los bramidos lastimeros del pobre animal que, para goce de los espectadores, enloquece hasta la muerte por el ruido de los petardos y por el dolor de su piel quemada.”

Texto relacionado con el libro El viejo truco del amor