LO QUE NUNCA DEBE HACER UN PROFESOR (ACOSO ESCOLAR)


Lo que un profesor no puede hacer de ninguna manera es iniciar él el acoso escolar. Siempre hay algo que desencadena que el alumno acosador elija a su víctima. Ese algo es parecido a una señal a la que los expertos llaman “incidente crítico”. Puede ser que un profesor, ante la falta de disciplina del grupo, se sirva de un alumno en especial para tomar medidas que sirvan de escarmiento a los demás. Es lo que se conoce como el “chivo expiatorio”.


Chivo expiatorio y víctima de acoso escolar, en muchos aspectos, son lo mismo. El chivo expiatorio es el rol que recibe el alumno que después sufrirá acoso escolar.


Para que se dé la circunstancia de que sea el profesor el que inicie el acoso escolar ha de elegir un tipo de alumno especial como chivo expiatorio: el alumno ha de ser inseguro y sin capacidad para defenderse.


(Evidentemente, si un alumno insiste en su mal comportamiento, hay que tomar medidas para que cambie su comportamiento. Si el profesor toma medidas graduadas y acordes con la situación, es que está cumpliendo correctamente con su papel. Que un profesor reprenda muchas veces a un mismo alumno porque se porta mal, no significa que lo esté acosando).


Otra conducta tan imprudente e inadecuada como iniciar el acoso, es que el profesor colabore de algún modo en hostigar a la víctima. Por ejemplo, sucede con cierta frecuencia que los alumnos se pongan motes entre sí. Puede ser que el alumno con mote diga que le da igual que le llamen de ese modo porque está acostumbrado. Al profesor de ningún modo se le debe ocurrir llamar al alumno con ningún mote delante de sus compañeros.


Otra conducta impropia de un profesor consiste en justificar de algún modo el acoso a un alumno. En ocasiones, los alumnos explican al profesor los motivos por los que aíslan y se meten con un compañero. Si el profesor admite dichas explicaciones, justifica el acoso. De este modo, el profesor acaba dando más argumentos a los acosadores.


Por otra parte, existen estilos malos y buenos de impartir una clase. Entre los estilos malos está el estilo agresivo. Un profesor que imponga su autoridad gritando o dejándose llevar por un ataque de cólera, es probable que consiga el objetivo de que los alumnos se sometan, sin embargo, está enseñando que la agresividad es la mejor manera de solucionar los conflictos. Los alumnos mimetizan lo que ven y los profesores deben ser conscientes de ello. Un profesor con un estilo agresivo da un mal ejemplo y, además, deja inermes a los otros profesores que imparten otras asignaturas a los mismos alumnos. Si el estilo de los otros profesores es más relajado, es probable que los alumnos, acostumbrados a los derroches de agresividad, no les hagan caso.


En las investigaciones sobre violencia escolar, los alumnos reprochan de forma constante a los profesores que no sean coherentes a la hora de sancionar las malas conductas. Pongamos por ejemplo que un profesor, haciendo caso de las normas del centro, se empeñe en que los alumnos no coman chicles en clase. Si otros profesores lo permiten, ocurre que el primer profesor descubre que está gastando energías y tomando medidas contra los alumnos en vano. Se acabará cansando y dejará también que los alumnos coman chicle en su clase.


Como sabe cualquier profesor, lo peor que le puede ocurrir a un profesor es que otros profesores lo desautoricen. Pues bien, el ejemplo del chicle sirve para ilustrar las pequeñas desautorizaciones e incoherencias que ayudan a crear un clima de descontrol en las aulas, las cuales, al fin y a la postre, son el caldo de cultivo para el acoso escolar.

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